La sensación de no saber a dónde volver a ver
porque cada uno de los puntos cardinales tiene algo asombroso que mostrar, era
justo lo que describía mi sentimiento en el medio de la Ciudad de Buenos Aires.
Se lo atribuyo también a que era la primera vez que visitaba el país
sudamericano. Lo cierto es que me encantaba descubrir sus edificios, su gente,
sus olores y por qué no decirlo, su “moda”.
Enero de 2014, una de las fechas que seguramente
los argentinos recordarán por las altísimas temperaturas que se presentaron y a
eso aunado los constantes cortes de energía eléctrica. Pensé que estando ahí,
mi instinto turístico no permitiría que eso me afectara, pero fue inevitable.
Llevaba al menos 5 horas caminando por el ardiente asfalto de la ciudad del
tango y mis pies comenzaban adquirir un tono diferente al que traía de
Guatemala.
Junto a otros 12 jóvenes provenientes de varios
países de Latinoamérica, queríamos comernos la ciudad entera en el menor tiempo
posible. Los días eran contados y no queríamos perdernos de visitar ningún
lugar. Seguimos caminando y llegamos al Barrio San Telmo. Visiblemente asociado
con la popular estatuilla de Mafalda que se ubica sentada en la banca de un parque
frente a la casa de su creador: Quino. No le tomé mucha importancia al
monumento. Ni siquiera me mataban las ganas por tomarme una foto con ella. (aunque sí lo hice)
Mis ojos en cambio se desviaron hacia la
serie de tiendas con souvenirs que se
encontraba a un costado del parque. Quise entrar, pero no debía “separarme del
grupo”, el cual estaba por entrar a almorzar en una pizzería del otro lado de
la calle. Mientras hojeaba el menú con peculiares platos como “Menú Dieguito”
(con una foto de Diego Maradona al lado) o “Menú tanguero” (con la de Carlos
Gardel), descubrí que mi billetera se estaba quedando sin pesos argentinos.
Llegó la hora de pagar y por suerte los pesos
argentinos me alcanzaban, pero no eran suficientes para ir a comprar a las
tiendas de souvenirs. Alcé la voz entre mi grupo y dije: “me urge cambiar
dólares, ¿Podemos hacerlo después de comer?”. Inmediatamente una costarricense,
una boliviana y una salvadoreña dijeron estar en la misma situación y apoyaron
la idea.
Un argentino, que nos hizo de “guía
turístico” dijo que para cambiar a buen precio debíamos ir a la Avenida
Florida. Sí, la famosa Avenida Florida, quizá una de las más grandes vías
comerciales de la ciudad. Aún no la conocía y el solo hecho de saber que iría
me emocionaba.
La primera vez que cambié dólares, me entregaron
9 pesos por 1 dólar, lo cual me parecía increíble, porque lo relacionaba con el
cambio en Guatemala, con el que me dan 8 quetzales por 1 dólar, y hacía que
todo en Argentina me pareciera muy barato. Mi sorpresa fue cuando otra
costarricense dijo: “Yo ayer fui a la Avenida Florida y el tipo de cambio que
me dieron fue a once (once pesos por un dólar)”.
Terminamos de comer y sentí de nuevo la
presión del monstruoso calor que me estaba esperando a la salida del
restaurante. Con tristeza volteé a ver las tiendas de souvenirs, esperanzada en que regresaría a comprar cuando tuviera
más pesos.
El roce de mis piernas al caminar me comenzaba a
generar irritación entre ellas y nada deseaba más que poder tomar un taxi que
me llevara hacia la famosa Avenida Florida. Pero el argentino acompañante
aseguró que no valía la pena y que podíamos ir caminando. Seguramente ellos
están acostumbrados a recorrer a pie grandes distancias. Mi realidad en cambio
es distinta, pues mi única oportunidad de caminar en Guatemala es de mi cuarto
al carro y del carro a mi salón de clases.
En el camino nos distraíamos con todos los
edificios y monumentos que como a cualquier turista, llamaba la atención y
queríamos fotografiar. Pero justo en la esquina de una calle que parecía peatonal
había un reloj que marcaba las 5:20 de la tarde y pregunté cuánto más faltaba
para llegar, a lo que el argentino respondió “listo, esta es Avenida Florida”.
Quería salir corriendo a comprar a alguna de las llamativas tiendas que
caracterizaban el lugar, pero primero lo primero: cambiar dinero.
A este punto de la historia, debo aclarar que
Avenida Florida, además de ser reconocida por su comercio, también es conocida
por ser la cuna del “blue dollar”. Es decir, el mercado negro del dólar.
Mientras el cambio oficial era a 6.15, los rumores decían que el “blue dollar”
estaba a aproximadamente 10.5.
Las cámaras, mochilas, mapas y por supuesto
el acento al hablar, nos delataban como turistas. Inmediatamente hombres de
todas las edades se nos acercaban y comenzaban a ofrecer en un tono no muy
alto: “cambio, cambio, cambio…”. Pero la advertencia era que debíamos ser
cautelosos donde cambiáramos, pues podían haber redadas o bien, podrían darnos
dinero falso. Entonces ¿cómo saber cuál era el lugar correcto? Ni siquiera el
argentino lo sabía. Total, él nunca había tenido necesidad de cambiar dinero.
De pronto vimos que había una tienda de ropa
de diseñador, de donde salió un joven simpático con facciones típicas
argentinas que nos ofreció hacernos cambio el dinero. Seducidos por las
apariencias, accedimos a cambiar con él. Pero ni el hombre, ni la tienda eran
las encargadas del cambio.
Él nos condujo hacia una agencia de turismo
que ofrecía paquetes para ir al zoológico o bien apreciar una buena
presentación de tango. “Te los dejo” fueron las palabras que usó el joven y
delegó la responsabilidad del trámite con un señor de al menos 50 años de edad
con la cabeza completamente calva y una chaqueta negra de cuero. Él a su vez,
nos entró a un cuarto oscuro que se encontraba dentro de esa agencia. Una
especie de “cueva”.
Junto a otro señor que se encontraba dentro
de la “cueva”, nos preguntaron uno a uno cuánto deseábamos cambiar. Cuando fue
mi turno, dije que deseaba cambiar US$600.00. El señor sonrió y me dijo “arriba
Colombia”. No sé bien cuál haya sido mi expresión facial, pero él
inmediatamente notó que lo que quise decir es “No soy Colombiana”. Se
retractó y me dijo:
-
Perdón, ¿De dónde sos?
-
De Guatemala.- Respondí
-
Perdoname, pensé que eras de Colombia, por el
acento… Dejame te hago un regalito. Te voy a cambiar a 10.80
Mi regalo era grande. Al resto de mis
compañeros cambiantes les había dado 10.6 por un dólar, mientras que a mí me lo
dio 10.8. Obviamente no dejé de sentir una mala sensación y quise revisar uno
por uno los billetes que el señor me entregó para cerciorarme que no eran
billetes falsos. Efectivamente no lo eran.
En ese momento, lo único que deseaba era
salir de la oscura “cueva” y regresar a las tiendas de San Telmo. Pero el
verano argentino engañaba mis sentidos. Aunque el sol era casi tan fuerte como
el del mediodía en Guatemala, en realidad ya eran casi las 7 pm y las tiendas
estaban por cerrar. Y a San Telmo nunca pude regresar…